Repasamos la vida y obra de Chet Baker, uno de los mejores trompetistas del siglo XX, a través del documental Let’s get lost

Era el año 1952. Charlie Parker estaba buscando un trompetista con el que tocar varias noches en Los Ángeles, cuando oyó a un joven de unos 23 años, recién salido del ejército. «Me gusta el chico», dijo a sus acompañantes. Cuentan que poco después llamó a Miles Davis y a Dizzy Gillespie, y les dijo: «Hay un “blanquito” dando problemas por aquí, mejor ténganlo vigilado».

Tras varias noches memorables junto a Parker en el Tiffany Club de Los Ángeles, Chet Baker se acercó a tocar en el Haig Club, un pequeño local de jazz a cuatro manzanas del primero. Allí le conoció Dick Bock, fundador de Pacific Jazz Records. Aquella noche el saxofonista era Gerry Mulligan, y Dick quedó tan impresionado que les contrató para tocar juntos la semana siguiente. A las tres semanas habían montado el Gerry Mulligan Quartet, cuyo primer LP incluía la famosa My Funny Valentine de Baker.

«Conocer a Chet Baker cambió mi vida para siempre», sentencia Dick Bock. «Esos días escuchando a Gerry y Chet en el Haig fue la mejor experiencia que he tenido con el jazz. He producido discos de jazz por 40 años, he producido a algunos de los mejores músicos, pero creo que Chet es un artista único. Y lo tuve en el mejor momento de su carrera.»

«Chet tenía un talento natural. Sonaba fresco, nunca tocaba clichés.»

Un año más tarde, Chet había formado su propio cuarteto. Con ellos grabó Chet Baker sings, un disco que alcanzó gran popularidad y la razón de que siguiera cantando el resto de su carrera. Algunas de sus mejores canciones aparecen aquí: Time after Time, The thrill is gone, I fall in love too easily… Su jazz es tranquilo, delicado y evocador, diferente del que se hacía en Nueva York. Es lo que se conoce como West Coast Jazz Cool Jazz.

«Nos gustaba conducir, pasear en bote… estábamos muy en contacto con la vida y la naturaleza» – cuenta Joyce Night, uno de sus amores de la juventud. Hersh Hamel, quien tocaba el contrabajo en los clubs de Los Ángeles en aquella época, comenta: «Los músicos de Nueva York despreciaban el jazz que hacíamos aquí, en Los Ángeles. Pienso que no entendían que músicos como Chet Baker o Art Pepper eran producto de su ambiente: el sol, la playa, el calor, el romanticismo…»

Esos elementos eran los que inspiraban a músicos como Chet Baker. El West Coast Jazz recogía el romanticismo y la serenidad de la costa y mar de California. Y por esa razón, sonaban “ñoños” a los oídos de los músicos de Nueva York. Hersh Hamel establece un paralelismo muy claro: «La forma de tocar de tocar de Chet les parecía indigna para el jazz, como lo fueron luego The Beach Boys para el rock n’ roll.»

Chet era para el jazz de Nueva York, lo que más tarde fueron The Beach Boys para el rock n’ roll

Este sonido y la naturaleza de sus letras le ganaron la fama de hombre tranquilo y romántico, pero la realidad era bien distinta. Muy pronto se hizo adicto a la heroína y el verano de 1960, estando en Italia, un policía le sorprendió con la jeringuilla en el brazo. Aquello le valió 18 meses de cárcel«Toqué mucho en esos días» – comenta Baker al respecto.

Sin embargo, la mayor desgracia vino en 1966, cuando le profirieron una paliza que dañó seriamente su dentadura. Los médicos tuvieron que quitarle todos los dientes delanteros, lo que truncó su carrera por tres largos años. Aun así, modificó la boquilla de su trompeta y desarrolló nuevas técnicas que le permitieran tocar de nuevo, a pesar del dolor. En ningún momento se planteó dejarlo.

La película Born to be blue – con un Ethan Hawke inmenso en la piel de Baker – recoge este momento concreto de la vida del artista, probablemente el más difícil. No fue hasta tres años después que volvió a tocar frente a una audiencia en el Half Note de Nueva York, promovido por Dizzy Gillespie. Baker dice sobre aquel momento: «Era matar o morir». Todo el mundo se preguntaba si Chet podría volver a tocar. Su carrera estaba en el filo de la navaja, y el músico salió adelante.

«Era matar o morir» – Baker superó su lesión y siguió tocando por muchos años

A partir de los 70 se instaló en Europa, donde vivió el resto de su vida. Siguió tocando hasta su muerte en 1988, cuando cayó desde la ventana de su hotel de Amsterdam tras consumir cocaína y heroína. La policía local encontró su cuerpo en el asfalto, junto a su trompeta. Aquella noche todos los cubs de jazz de París guardaron silencio.

El documental Let’s get lost fue nominado al Oscar, y hace un genial acercamiento —casi hipnótico— a la figura de Chet Baker, a los clubs de jazz de su juventud y a su declive personal. También es muy recomendable la ya citada Born to be blue de 2015, y sobre todo su música. Sus canciones tienen la capacidad de envolverte, emocionarte y transportarte a la inocencia y el romanticismo de la juventud; a una tarde sin preocupaciones frente al mar.